domingo, 11 de diciembre de 2011

El compromiso

Quizá el único modo que tengamos para pensar, a la vez, nuestra necesaria dependencia con el entorno y nuestra espontaneidad singular y radical, sea pensando lo que implica el compromiso. Como hombres, estamos en comunión permanente con el mundo que habitamos, con nuestros semejantes con quienes socializamos y con el Ser que nos trasciende: somos seres mundanos, políticos y ontológicos. Nuestra libertad no puede desentenderse de dichas filiaciones al mundo, al otro y al Ser, sino que, por el contrario, debe abrazarlas en orden su desenvolvimiento. El compromiso es ese acto mismo de abrazar los diversos niveles de comunidad en orden a la realización de sí. En efecto, la acción humana no es posible sin el compromiso en el mundo vital, ni sin la comunidad política, ni sin las exigencias propias del Ser al que tendemos. Actuar es comprometerse, y el compromiso implica una alteridad, un otro, que es el mundo, el prójimo y el Ser. Como recordarán, es nuevamente la paradoja de lo fáctico y de lo espontáneo, de la autonomía y la heteronomía, la que aparece aquí. Lo importante es pensar que mi libertad se realiza asumiendo su radical referencia a un otro que ella. Una libertad auténtica no ignora estas alteridades, sino que las asume: asume el carácter físico, biológico, psíquico, de su actuar, como el horizonte interpersonal, cultural y político, como sus fundamentos ontológicos. Compromiso significa: estar arrojados hacia adelante juntos. Que el compromiso sea el modo propio del desarrollo de la libertad significa que la libertad es siempre una proyección que implica una referencia al otro como determinante de mi mismidad, de mi identidad. Quien se compromete se pone en manos de un otro para cumplirse conjuntamente en un proyecto común.
La reivindicación del compromiso y de la comunidad debe ser una de las grandes tareas del pensamiento en el mundo actual. En efecto, vemos cómo una concepción ilusoria de una libertad autosuficiente y que se define en el presente como momento temporal aislado, ignora la esencial apertura de la libertad a lo otro que ella misma, y al carácter temporal de esta apertura, que implica un pasado, un presente y un futuro. Ambas exigencias de apertura a un otro y de temporalidad se dan en el compromiso. Solo un ser comprometido puede ser libre.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Sobre la Libertad

En el mundo actual en el que vivimos, donde las personas parecen ser átomos inconexos que se disparan hacia todos lados, insensiblemente, la libertad parece ser el reducto individual donde reside la posibilidad de elección. El par esto o aquello parece ser lo determinante de la libertad. Claro que la sociedad posmoderna, que es la nuestra, no admite cualquier posibilidad: “la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro” (así reza, al menos, el imperativo ético de nuestra época).
Sin embargo, el hombre no puede considerarse en su soledad, como si fuera nada más que un elemento cerrado en sí mismo, una mónada aislada que no tiene ventanas ni puertas, y que no puede abrirse a la comunidad más que traicionándose a sí misma. Por el contrario, el hombre es un ser comunitario, que vive junto con los otros y gracias a los otros. Esa comunidad, vale aclarar, no solo se da en el ámbito de lo político o social, sino que se da también una comunidad con el mundo (esa gran verdad que la ecología intenta reivindicar día a día), y una comunidad con lo Trascendente (al menos en la conciencia religiosa). Habría que especificar, a su vez, que la comunidad política y social no se reduce a la convivencia con nuestros coetáneos, sino que se despliega también en nuestra comunión con nuestros antepasados, con la historia de nuestra tierra, y con las instituciones que se mantienen a lo largo de los siglos (aunque se mantengan dinámica, y no estáticamente).

La libertad, pues, no puede ser meramente la expresión de la posibilidad de un acto aislado y autónomo: ya el imperativo del que hablamos marca un límite a la libertad dado, justamente, por un otro. ¿Cómo puede el otro marcar un horizonte de sentido y de realización a mi libertad, si la libertad se abastece a sí misma? ¿La realidad del otro, no será más bien la determinante de mi actuación libre? ¿Acaso la libertad no es tanto una capacidad de elección, sino la capacidad de responder a una llamada? ¿No hace tal cosa a la responsabilidad y, por tanto, a la iniciativa del otro sobre mi propio desarrollo personal? La idea de autonomía, que caracteriza a la libertad humana desde la época del Iluminismo, de la modernidad, y de la cual somos deudores como pos-modernos que somos, debe ser equilibrada y sopesada por la idea de la heteronomía de la libertad. Nos queda pensar esta paradoja de una libertad que es, a la vez, espontánea y dependiente, a partir de actos y realidades concretas humanas.           


Martín Grassi, Columna filosófica "Ignorare Aude". Programa del 05/12/2011.